¿De qué hablamos cuando decimos “ecología de enfermedades y una salud”?

En la primera y reluciente entrada del blog del Laboratorio de Ecología de Enfermedades y Una Salud, el comité editorial suma sus esfuerzos para describir el punto donde convergen los trabajo que hacemos en el laboratorio.

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Perritos de la pradera.  Protagonistas de la entrada del blog de hoy.  Imagen vía Pexels.com

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Doctor de la peste.  Probablemente el primer traje de bioseguridad en la historia, creado en el siglo XVII.  [CC BY-NC-SA 2.0].  Imagen vía Jaggitha en Flickr.
Si viéramos por la calle a alguien pasar vestido como en el dibujo, podríamos pensar que se está preparando para una fiesta de disfraces.  Sin embargo, hace cuatro siglos en Europa, este traje tenía un significado especial.  Representaba tanto esperanza como miedo, pues quería decir que había llegado el médico de la peste negra al pueblo. Estos personajes eran contratados para contar, tratar, cuidar  y enterrar a los enfermos cuando había brotes de peste. El traje, hecho de piel encerada de cabra, minimizaba el contacto con el mundo exterior, mientras que la máscara en forma de pico de ave estaba llena de hojas de menta, mirra, pétalos de rosa, clavos, y otras hierbas y especias que protegían a los médicos de  los “miasmas” o malos aires, que se pensaba eran los causantes de la peste. Otras ideas de la época sobre la causa de la peste era que los cuerpos celestes corrompían el aire, que la peste afectaba a diferentes personas de acuerdo con sus predisposiciones astrológicas o que era un castigo divino.

Aunque se desconocía la causa, lo cierto es que para ese entonces, la peste ya era un viejo enemigo de la humanidad.  Dos siglos atrás, entre 1346-1353, la peste había arrasado con casi la mitad de la población total en Europa, una catástrofe de tal impacto que transformó la estructura social y económica, e incluso la percepción de la religión del continente.  Nuevos brotes de peste (aunque ninguno tan mortal como el brote de 1346), aparecieron en Europa y Asia a lo largo de los siguientes tres siglos.  La peste iba y venía, sin que nadie supiera cuándo iba a aparecer nuevamente.

La verdadera causa de la peste fue descubierta hasta 1894, durante la gran pandemia de peste en Hong Kong:  una bacteria de forma cilíndrica y alargada a la cual se le dio el nombre de Yersinia pestis. Pero no fue hasta 1898 cuando realmente entendimos cómo llegaba esta bacteria al humano.  Una de las primeras pistas fue la gran cantidad de ratas muertas en las calles de Hong Kong antes y durante el brote.  Aunque esta misma observación aparecía registrada en documentos históricos de otros brotes de peste (por ejemplo, en el recuento de la Gran Peste de Londres de 1665), fue hasta 1894 cuando se aisló a Yersinia pestis de cadáveres de ratas, y se confirmó que la bacteria también les causaba infecciones letales.  A las ratas les iba tan mal como a los humanos, sólo que empezaban a morir antes de que se dieran los primeros casos en humanos.  La siguiente pista fue un poco más sutil. En las piernas y pies de los enfermos de peste había pequeñas vesículas llenas de fluido que aparecían antes que otras lesiones. Paul-Louis Simond, el médico que las observó, propuso que eran lesiones causadas por la mordida de un insecto, posiblemente de pulgas, ya que en ratas infectadas o recientemente muertas había observado gran cantidad de pulgas.  Él pensaba que estas picaduras podrían ser la puerta de entrada de la bacteria. Con esta idea en mente, Simond puso a ratas enfermas infestadas de pulgas y a ratas sanas en jaulas separadas sólo por una reja. No había contacto directo entre las ratas, pero las pulgas podían brincar entre jaulas. Las ratas no infectadas se enfermaron de peste después de la picadura de las pulgas de ratas infectadas.  ¡Simond había encontrado la forma de transmisión de la peste!. Entender este aspecto básico de la transmisión de la peste nos ha permitido reducir una de las enfermedades más mortales en la historia de la humanidad a unos pocos cientos de casos al año, que además podemos tratar eficientemente con antibióticos (siempre y cuando se detecte a tiempo).

En la fauna silvestre la historia es distinta: la peste sigue devastando poblaciones enteras de otras especies. Tal es el caso de los perritos de las praderas, unos carismáticos roedores norteamericanos que viven en colonias subterráneas. Son tan susceptibles a la peste que una colonia completa puede extinguirse en cuestión de pocos días después de la primera infección.   -¡Qué pena!-, dirán algunos, -¡Pobres perritos!-. Pero realmente… ¿en qué nos afecta que haya pulgas infectadas de peste causando brotes de la enfermedad en perritos de la pradera en medio del desierto chihuahuense, si ya tenemos antibióticos y esos lugares son tan lejanos?.

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Perritos de las praderas.  Altamente susceptibles a la peste, colonias enteras de perritos pueden desaparecer en cuestión de días a causa de la enfermedad.  Los últimos sitios donde existen los perritos son el suroeste de Estados Unidos y el noroeste de México. Curiosamente, todos los casos de peste en perrito han ocurrido en Estados Unidos.  En las colonias de perritos en México nunca se ha reportado un brote.  Imagen vía Pexels.

A pesar de que no vemos la selva o el desierto por la ventana de nuestra casa, y el encuentro más cercano con animales silvestres para muchos de nosotros es una visita al zoológico, compartimos el mismo planeta (con todo y parásitos de perritos de las praderas, los de otros animales, y los nuestros propios incluidos). Aunque los humanos hemos construido nuestro propio ecosistema de ciudades y poblados conectados por calles y carreteras, no vivimos aislados de los ecosistemas silvestres.  De hecho, cada vez entramos más en contacto con ellos conforme la población humana sigue creciendo y buscando nuevos espacios para vivir, y para producir y obtener recursos. Este aumento de contacto ha generado un patrón a la vez preocupante e interesante, el cual se presenta en las noticias con diferentes encabezados: “Nuevo brote de ébola en el Congo”, “Confirman casos humanos de gripe aviar en China”, “Alerta preventiva en Europa del sur por zika”, “Aumentan casos de tuberculosis en México”.  Lo que reflejan estas noticias es un surgimiento y resurgimiento de enfermedades zoonóticas: enfermedades causadas por patógenos transmitidos de animales a humanos, que afectan tanto nuestra salud, como la economía y los recursos naturales. Las facilidades de transporte y movilidad del mundo actual, generan escenarios de riesgo para la dispersión de estas enfermedades. Sólo hay que pensar que a diferencia del medievo, actualmente podemos atravesar entre continentes en cuestión de horas, y una infección que empieza en China puede llegar a Canadá al día siguiente.

Esto nos trae de vuelta a la pregunta inicial sobre las pulgas infectadas de peste y los perritos de las praderas. Imaginemos el siguiente escenario: una colonia de perritos en el desierto chihuahuense muere de peste.  Las pulgas de los perritos, que acaban de perder toda su fuente de alimento, están desesperadas por comida y se suben a cualquier otro animal que pase cerca de ellas: otro roedor, algún carnívoro silvestre, o tal vez un gato doméstico que pase por el sitio en su camino de vuelta a la granja en donde vive.  La pulga infectada podría fácilmente brincar del felino a un humano, e infectar a uno o a ambos (los gatos también son muy susceptibles a la bacteria de la peste).  ¿Qué alcance tendría un brote de peste en una pequeña localidad rural del desierto?  Ahora imaginemos que uno de los miembros de esta localidad viaja a la ciudad de Nueva York, donde habitan aproximadamente 8,500 millones de personas mas 2 millones de ratas y contando.  Los síntomas de la peste (cuando es transmitida por la picadura de una pulga infectada), tardan entre 2-6 días en aparecer.  Nuestro visitante a Nueva York podría pasar casi una semana sin manifestar síntomas. ¿Qué pasaría si dentro de este tiempo entrara en contacto con alguna pulga de rata y la infectara? ¿Qué pasaría si esta pulga infectada picara a otras ratas? ¿Qué alcance tendría un brote de peste en una ciudad con el tamaño y conectividad de Nueva York?  Consideremos por último la siguiente información: las pulgas infectadas de peste también mueren, pues la bacteria básicamente sabotea el tubo alimenticio de las pulgas, obligando a estas a picar con mayor frecuencia para satisfacerse. Entre más pique la pulga, más probable es que transmita la bacteria, pero la pulga infectada muere de hambre al cabo de unas semanas.

¿Si es tan mortal para los hospederos que infecta, cómo es que aún existe la peste?  La respuesta es que hay otras especies que pueden vivir infectadas de la bacteria de la peste sin desarrollar la enfermedad.  Estas son las especies que mantienen la peste circulando en un ecosistema. La mayoría de las enfermedades zoonóticas (influenza aviar, rabia, ébola y dengue por mencionar algunas) son así: residen habitualmente en una o varias especies a las que infectan, pero no causan síntomas de enfermedad. No causan enfermedad porque generalmente han evolucionado juntas. Cada especie tiene un conjunto de virus, bacterias, hongos, protozoarios y otros seres que han evolucionado con ellas por millones de años.   El problema está cuando estos organismos infectan a otra especie que normalmente no infectarían. La razón por la cual vemos cada vez más noticias sobre brotes de enfermedades zoonóticas en humanos y animales domésticos y domesticados es porque nos estamos atravesando con mayor frecuencia en el camino de estos patógenos. Simplemente somos cada vez más abundantes en el paisaje, y eso nos pone en un riesgo constante de ser el próximo hospedero de un patógeno que nunca antes nos habíamos encontrado. Estos encuentros pueden resultar en unos pocos casos aislados, o en una pandemia de dimensiones nunca antes vistas.

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Actualmente tenemos una velocidad de conexión sin precedentes; podemos llegar de un continente a otro en cuestión de horas.  Esto tiene implicaciones importantes para la transmisión de enfermedades zoonóticas emergentes y re-emergentes.  Imagen vía Pexels.

Para evitar encontrarnos en esta situación, necesitamos estudiar cuáles son las rutas donde se mueven los patógenos zoonóticos y los parásitos en general: en qué especies residen normalmente, a qué otras especies pueden infectar, cómo se transmiten, y qué factores cambian la dinámica típica de transmisión.  Variables climáticas como la temperatura y la precipitación también afectan estas interacciones. Incluso las condiciones socioambientales pueden facilitar o limitar la transmisión de los patógenos zoonóticos. Entender el papel de cada uno de estos componentes en la transmisión de parásitos, y sus posibles interacciones a diferentes escalas espacio-temporales es el trabajo de los ecólogos de enfermedades.  Nuestra área de trabajo, relativamente joven y de rápido crecimiento, integra una gran variedad de conceptos y herramientas de distintos campos de la ciencia (ecología, matemáticas, geografía, medicina, estadística, sociología, entre otros). Esta interdisciplina es esencial para entender y enfrentar la complejidad de los sistemas asociados a cada uno de los parásitos que estudiamos. Una gran cantidad de las investigaciones que se hacen en el área de ecología de enfermedades ponen en evidencia que la salud humana y la salud de los ecosistemas dependen la una de la otra.  La Organización Mundial de la Salud reconoció de manera oficial esta relación en 2017, cuando propuso el enfoque de “Una Salud” como la plataforma para enfrentar el reto que las enfermedades infecciosas representa para la humanidad en el siglo XXI.  Porque a pesar de que actualmente contamos con más y mejores herramientas de diagnóstico, hospitales modernos y medios para una organización rápida en respuesta al brote de una enfermedad infecciosa, la velocidad de los cambios que inducimos en los ecosistemas y la alta conectividad de cualquier ciudad principal del mundo, nos pone en una situación continua de alerta. Estudiar las interacciones de los parásitos y los factores que las afectan nos pone en una situación de ventaja para anticipar las consecuencias.  Y como dice el viejo refrán, es mejor prevenir que curar.

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