En las primeras dos partes de esta serie especial de entradas sobre el SARS-CoV-2 y la pandemia de COVID-19, desmentimos algunos mitos en torno a su origen, y abordamos la importancia de la identificación y caracterización a nivel genético de los coronavirus para entender los procesos de evolución y emergencia viral involucrados en estos virus. Posteriormente, abordamos la relación entre coronavirus y animales domésticos que conviven con nosotros como mascotas. En esta cuarta entrega, Claudia Salazar, Arlaé Torres, Paulina Walbey y Paula Belen Zavala, estudiantes del LEEyUS, nos hablan acerca de la riqueza de los virus que conforman la familia Coronaviridae, así como la gran gama de hospederos que son capaces de infectar, para después enfocarse en las enfermedades que estos coronavirus provocan en animales de granja, de laboratorio y de zoológico. Finalmente, resaltan la enorme trascendencia de la medicina veterinaria en el estudio de los coronavirus y la necesidad de reorientar el quehacer científico actual hacia un entendimiento integral y colaborativo de los distintos sistemas de estudio.

El descubrimiento de nuevos virus abre una serie de incógnitas, una de las cuales es cómo ubicarlos en el árbol genealógico de los virus conocidos a la fecha. ¿Se trata de una nueva especie de virus? ¿o una variante de una especie previamente conocida, y por tanto un subtipo de la especie? Contestar estas preguntas no es una labor sencilla, incluso con la existencia de un Comité Internacional para la Taxonomía de los Virus (ICTV), que se dedica específicamente a la clasificación de los virus. De acuerdo con este comité, una especie viral es una clase de virus constituida por muchas variantes, que a través de diferentes generaciones se asocia a un nicho ecológico específico. En palabras menos poéticas, el nicho es el rango particular de condiciones ambientales, físicas, bióticas y abióticas, en el cual un organismo, o en este caso un virus, puede persistir exitosamente. Por su parte, los subtipos de virus se clasifican teniendo en cuenta el tipo de inmunidad que generan en hospedero. Recapitulando, una familia viral es la clasificación que se le da a un grupo de virus que comparten características entre sí, ya sean propiedades físicas, genéticas y protéicas, entre otras. Por su parte, los subtipos virales son grupos más pequeños dentro de una misma familia viral que se diferencian entre sí por tener cambios sutiles en la composición de sus receptores celulares, su genoma, la respuesta inmune generada, el tipo de hospedero y muchas otras particularidades, que les confieren diferencias entre miembros de una misma familia, pero no tantas como para formar una nueva familia de virus.
La familia Coronaviridae, a la cual pertenece el SARS-CoV-2 causante de la COVID-19, es uno de estos casos difíciles para la clasificación. Una de las razones es la diversidad de sus hospederos: la literatura científica sobre el tema nos muestra que son capaces de infectar a un amplio rango de especies, por lo que se les considera virus multihospederos. Esto quiere decir que, además de los hospederos naturales que conforman el nicho ecológico del virus, a largo plazo también puede acabar en hospederos que actúan como callejones sin salida para el virus (conocidos como dead-end hosts); es decir, organismos en los que el virus no tiene éxito para establecerse y mantenerse de manera natural. Cabe destacar que, en este escenario, la palabra “hospedero” no necesariamente hace referencia a una especie animal particular, sino que puede extenderse a grupos taxonómicos más amplios, que pueden estar restringido por otras propiedades como el rango geográfico.
Adicionalmente, la emergencia de zoonosis virales puede implicar la participación de hospederos intermedios, añadiendo un nivel adicional de complejidad al estudio de las relaciones de parenteco de los virus, como es el caso de los coronavirus (CoVs de aquí en adelante en el texto). En la historia reciente de los miembros de la familia Coronaviridae podemos encontrar varios ejemplos de brotes de enfermedades que contaron con la participación de hospederos intermedios, como el gato civeta del Himalaya (Paguma larvata) en el brote de SARS-CoV (2002-2003), y los dromedarios en diversos brotes de MERS-CoV (2012); ambas enfermedades se vieron favorecidas por las altas tasas de contacto que existía entre estos hospederos, mezclado con el alto potencial de los coronavirus para “brincar” entre especies.
Breve historia de los coronavirus
Los primeros registros de enfermedades asociadas con CoVs ocurrieron dentro del ámbito de la salud animal. Los CoVs, importantes inicialmente para la medicina veterinaria, se describieron desde finales de la década de 1930, e incluían CoVs altamente patógenos asociados al ganado, a animales de compañía y a animales de laboratorio, como el virus de la gastroenteritis transmisible porcina (TGEV), el CoV bovino (BCoV), el virus de la peritonitis infecciosa felina (FIPV), el virus de la hepatitis del ratón (MHV) y el virus de la bronquitis infecciosa (IBV), todos causantes de enfermedades graves en las especies afectadas
Para posicionarnos en un panorama más general sobre el tema, es pertinente que hablemos de las generalidades que envuelven a los famosos CoVs. Aunque diversos, los miembros de la familia Coronaviridae tienen algunas características en común: son virus de ARN de cadena sencilla en sentido positivo, es decir que su genoma es empleado directamente en la sintesís de proteínas; su nombre deriva de las proyecciones de superficie en forma espiga y que en conjunto asemejan una corona solar cuando se les observa en micrografías electrónicas. En términos de tamaño del genoma y complejidad genética, los CoVs son los virus de ARN más grandes identificados hasta el momento. Pertenecen al orden de los Nidovirales que también incluye las familias Arteriviridae, Roniviridae y Mesoniviridae. Todas las familias mencionadas anteriormente infectan a vertebrados y comparten las mismas características de su genoma.
Los CoVs son capaces de infectar tres clases de vertebrados: mamíferos, aves y peces. Estas asociaciones permitieron clasificarlos en dos subfamilias: la subfamilia Coronavirinae, que contiene un número considerable de patógenos de mamíferos y aves, y la subfamilia Torovirinae. Los Coronavirinae causan una notable variedad de enfermedades que afectan los sistemas respiratorio, digestivo, y reproductivo en animales tan diversas como cerdos, vacas, caballos, camellos, gatos, perros, roedores, aves, y varias especies silvestres. A su vez, los CoVs de la subfamilia Coronavirinae se clasifican en cuatro géneros: Alphacoronavirus, Betacoronavirus y Gammacoronavirus y Deltacoronavirus. Este último se describió de manera reciente y está conformado por CoVs de aves y, según todos los estándares de clasificación, parece representar a un nuevo género. Por su parte, la subfamilia, Torovirinae afecta a animales terrestres y acuáticos, y comprende a los géneros Bafinivirus y Torovirus.
En cuanto a hospederos, los murciélagos son el grupo animal que alberga mayor diversidad viral de CoVs, aunque esto no debe ser motivo de alarma, como comentamos en esta otra entrada del blog. También se han descrito CoVs en primates, ungulados, lagomorfos, carnívoros y roedores. Algunos CoVs son verdaderos virus multihospedero, ya que los podemos encontrar en más de dos especies. Un ejemplo es el coronavirus bovino (BCoV), que pertenece al género de los Betacoronavirus, y se ha detectado en vacas, caballos, perros, humanos, peces, ciervos, antílopes, camellos y jirafas en diferentes partes del mundo. Algo similar sucede con los virus de PIF (peritonitis infecciosa felina) y CCoV (coronavirus canino), que pertenecen al género Alphacoronavirus.
Los CoVs se han descrito en una gran diversidad de animales desde hace varias décadas, por lo que son viejos conocidos de la medicina veterinaria. Sin embargo, siguen representando un reto para las disciplinas de la salud, tanto humana como animal, dada la gran diversidad viral, la variedad de hospederos que infectan y su potencial para saltar entre especies distintas de hospederos. Estos retos se materializan en un gran número de especies relacionadas con el ámbitos productivos, la investigación, así como los animales silvestres y los compañía. Esta diversidad posiciona a la medicina veterinaria como una disciplina capaz de integrar los conocimientos necesarios, que van desde el reconocimiento y diagnóstico de las enfermedades que causan los CoVs hasta su investigación, atención y prevención. A continuación, presentamos un resumen de algunos de los CoVs de mayor relevancia en la medicina veterinaria, así como la historia de cómo se ha hecho frente a los brotes que causan.
Coronavirus en aves
Las aves y los CoVs tienen una larga historia que ha cobrado importancia en la producción avícola. En 1931 se describió por primera vez en Estados Unidos el Virus de la Bronquitis Infecciosa (IBV, por sus siglas en inglés) caracterizado por tener una diseminación increíblemente rápida dentro de las parvadas. Dado que el virus puede sobrevivir en la ropa e instrumentos con los que haya estado en contacto hasta por una semana, no tardó mucho en expandirse mundialmente. A México llegó en 1962, y aunque afortunadamente para ese entonces ya se había desarrollado una vacuna en Holanda, esta enfermedad ocasionó graves bajas en las producciones avícolas. El IBV pertenece al género de los Gammacoronavirus, que afectan gallinas de todas las edades, genera daños en el tracto respiratorio, riñones y órganos reproductivos, que pueden complicarse y causar alta mortalidad, lo cual se traduce en enormes pérdidas económicas. Aunque el IBV no es una zoonosis (es decir, no es transmisible de animal a humano), en especies cercanas a las gallinas, como los faisanes, se han encontrado virus similares que también les provocan enfermedad. Actualmente el IBV tiene una distribución mundial y se tienen identificados diferentes subtipos y variantes, y aunque no se cuenta con una cura en concreto, se han desarrollado vacunas eficientes para su prevención.
La gran variedad de aves que se distribuyen en todo el mundo se ve reflejada en una alta diversidad de CoVs. Sin embargo, afortunadamente no todos provocan enfermedades en sus hospederos. Un estudio de la Universidad de Hong Kong demostró que las aves silvestres fungen como los principales reservorios de un amplio rango de CoVs de los géneros Gamma y Deltacoronavirus. Esta investigación también encontró que cada uno de estos géneros se asocia específicamente con distintos grupos taxonómicos de aves: los Deltacoronavirus se asocian con Neoaves (garzas, cigüeñas, gorriones, pelícanos), mientras que los Gammacoronavirus se asocian con el clado Galloanserae (patos, gallos, pavos). Pero como en biología a toda regla hay excepciones, ambos géneros virales también fueron aislados en Anseriformes (patos). Los resultados de este estudio sugieren que al menos algunos CoVs aviares pueden haber co-evolucionado con órdenes o subconjuntos específicos aves. La circulación de CoVs en poblaciones sanas de aves silvestres es más común de lo que se espera, y su estudio y monitoreo es igual de relevante que los coronavirus de aves domésticas.

La diversidad de coronavirus en aves va más allá de aquellos que ocasionan enfermedades en aves de granja. En la vida silvestre las asociaciones virus – hospedero se dan de manera natural y en distintas especies. Fotografía vía wikimedia [CC BY-NC-ND 2.0]
Coronavirus en cerdos
Los cerdos también son afectados por diversos tipos de CoVs, como el virus de la gastroenteritis transmisible del cerdo (GETv), el virus de la diarrea epidémica porcina (DEPv), el coronavirus del síndrome de la diarrea aguda porcina (SADS-CoV) y el delta-coronavirus porcino. Con excepción de este último, todos los demás pertenecen al género alfa-coronavirus, los cuales son diferentes a los beta-coronavirus respiratorios humanos, como el SARS-CoV-2. La mayoría de estos CoVs porcinos afectan los sistemas respiratorio y digestivo, y las enfermedades que causan pueden tener efectos catastróficos para la industria porcícola. Esto pone en riesgo la seguridad alimentaria de países con un alto consumo de carne de cerdo, como lo es México. Un ejemplo de esto fue la epidemia provocada por la Diarrea Epidémica Porcina (DEP) en América, en 2013.
Las primeras descripciones del virus de la DEP (DEPv) datan de los años setenta en Europa, y la enfermedad pronto se diseminó hasta Asia. En América, fue hasta inicios de 2013 que una granja estadounidense reportó pérdidas de más del 80% de sus lechones cuando se determinó que DEPv había llegado a este lado del charco. En tan solo nueve meses, este coronavirus logró diseminarse en la mayoría de las granjas de Estados Unidos, un hecho inédito considerando que la mayoría de las granjas industriales son verdaderas fortalezas de bioseguridad, o eso creyeron. Mientras tanto, en México, las noticias se esparcían entre productores y la incertidumbre se incrementaba. Para ponernos en contexto, tratándose de una enfermedad recientemente reportada y por sobretodo, EXÓTICA, el diagnóstico era casi imposible de realizarse en el país, ya que no se puede buscar lo que no se tiene… ¿Cierto?
Cabe mencionar que los signos de esta enfermedad son sumamente similares a los reportados por una enfermedad que ya se tenía en el país en esos momentos: la gastroenteritis transmisible del cerdo (GET), que causa diarrea acuosa, vómito y deshidratación y afecta a cerdos de todas las edades, ocasionando mortalidades elevadas en lechones (y cuyo virus causante también pertenece a la familia de los CoVs). A pesar de la similitud de los síntomas, el DEPv tiene una capacidad infecciosa mucho más alta que el GETv, por lo que incluso cantidades virales sumamente bajas pueden infectar fácilmente a los lechones más pequeños, con consecuencias fatales (>80% de letalidad); en tanto que los cerdos en crecimiento y adultos tienden a recuperarse al cabo de un par de semanas sin tratamiento y desarrollan inmunidad. En el momento del brote, ni la GET ni DEP habían podido ser controladas mediante vacunas, pues estas no habían demostrado una alta efectividad para inmunizar a las poblaciones de cerdos.
En México, el día temido por la industria porcícola llegó eventualmente en julio de 2013: varias granjas de la zona de La Piedad, Michoacán encendieron las alarmas al reportar casos de cerdos con diarrea acuosa, vómito y altas mortalidades en lechones que no correspondían a los cuadros causados por brotes de GET. Para poder diagnosticar los primeros casos de DEPV dentro del país fue necesario importar pruebas clandestinas. Entre 2013 y 2014, varios millones de cerdos murieron por esta enfermedad, se cerraron fronteras y se presenció un alza en el precio de la carne de cerdo sin precedentes (+52.3%), la cual afectó a miles de familias mexicanas. Se utilizaron distintas estrategias para el control de esta enfermedad, donde los sistemas “todo dentro, todo fuera”, el control riguroso de la higiene y el manejo de las granjas por sitios fueron clave. Hoy en día DEP es reconocida como una enfermedad endémica en México, es decir, que llegó para quedarse. No obstante la gravedad de la enfermedad, el lado bueno es que su presencia constante permite una mayor eficiencia tanto en el diagnóstico como en el control, y más aún, permite realizar investigaciones para poder generar vacunas que presenten resultados eficaces.
A pesar de ello, no podemos bajar la guardia, ya que los coronavirus en los cerdos siguen emergiendo. Tan solo en 2016 se reportaron en China los primeros casos de otro alfa-coronavirus jamás documentado previamente en cerdos: el coronavirus del síndrome de diarrea aguda porcina (SADS-CoV), que de igual forma pone en riesgo a los lechones dentro de las granjas y a toda la industria porcícola.
En cuanto a la pandemia COVID-19, hasta ahora un estudio ha concluido que los cerdos no son susceptibles al SARS-CoV-2 (Shi, et al. 2020) y, aunque la industria porcícola no es inmune a volver a presenciar otra epidemia, historias como las que nos enseñó la DEP en el país han impulsado la adopción de medidas más rigurosas de bioseguridad dentro de las granjas y favorecido reacciones más rápidas ante estos brotes infecciosos.

Coronavirus en equinos
Los primeros casos de coronavirus en caballos (ECoV) fueron reportados en Estados Unidos en 2000. Los coronavirus que causan enfermedad a los equinos, están clasificados dentro del grupo A del género betacoronavirus, y se asemejan a los coronavirus gastrointestinales que afectan a los bovinos. En equinos, estos coronavirus se transmiten mediante heces contaminadas y han sido asociados a casos leves de diarrea en adultos, aunque en ocasiones pueden presentarse casos graves, principalmente en potros, caballos inmunocomprometidos y ponis.
En 2010 se presentó el brote de coronavirus en caballos más grande del que se tiene registro. Afectó a miles de caballos, pero sin mortalidad elevada, por lo que se le asocia con un síndrome entérico limitante. Este brote se presentó principalmente en caballos de carreras de Norteamérica, Europa y Japón. Hasta la fecha, no se cuenta con una vacuna eficaz para prevenir este CoV, por lo que es necesario mantener altos estándares de higiene dentro de las instalaciones ecuestres para prevenir su aparición y propagación.
Es importante recalcar que los CoVs de los caballos, si bien son betacoronavirus, no son de la misma variante que el virus que causa la COVID-19. Recientemente, la Asociación Médica Veterinaria del Estado de Washington (WSVMA) anunció que hasta el momento no hay evidencia que vincule a los caballos con el SARS-CoV-2, ni que demuestre que estos animales sean susceptibles de contraer el virus, por lo que no hay una preocupación sobre una posible transmisión humano-caballo o caballo-humano. En este caso, las preocupaciones están más encaminadas en la necesidad de limitar el flujo de personas que participan en actividades con equinos y que asisten a eventos ecuestres para evitar el contagio de COVID-19 entre humanos. Por tal motivo, deben implementarse medidas de bioseguridad dentro de los establos para proteger a las personas, y a los caballos que están bajo su cuidado, tales como la desinfección adecuada de las instalaciones y equipos, limitar el número de visitantes a las instalaciones de los establos, promover el lavado de manos y el distanciamiento social.

Coronavirus en Bovinos
El coronavirus bovino fue reportado por primera vez en 1973 en Estados Unidos y desde entonces ha sido reconocido mundialmente por su impacto en la salud de los bovinos y por ende, su impacto económico. Este coronavirus está asociado con tres cuadros clínicos; síndrome de la diarrea neonatal, disentería de invierno en adultos y el complejo respiratorio infeccioso bovino (fiebre de embarque) en ganado de engorda. El coronavirus bovino está estrechamente relacionado con el coronavirus humano OC43 que causa un resfriado común. El CoV bovino también se ha detectado en perros, presentándose como enfermedad respiratoria, en pavos como enfermedad intestinal, y en rumiantes silvestres con signos similares a la disentería de invierno.
El coronavirus bovino es capaz de asociarse a un gran número de especies, incluyendo al humano. Pero, ¿a qué se debe esta capacidad? El receptor celular que utiliza el coronavirus bovino es el del ácido siálico, que está presente en casi todos los seres vivos, exceptuando las plantas. Por lo anterior, este virus puede infectar a una gran diversidad de hospederos.
En la siguiente imagen resumimos las posibles cadenas de transmisión del coronavirus bovino. Este cuadro también es útil para entender algunos factores de riesgo para la transmisión de los virus zoonóticos. La transmisión ocurre cuando un individuo susceptible, es decir, donde el virus pueda replicarse, entra en contacto con secreciones respiratorias o intestinales de un individuo infectado. La probabilidad de transmisión puede aumentar debido a situaciones como la falta de medidas de bioseguridad o el cambio de uso de suelo como lo muestra el escenario uno. Las medidas de bioseguridad buscan prevenir la transmisión de enfermedades dentro de las producciones ganaderas, así como reducir la introducción de patógenos a estas y el riesgo de diseminación hacia los humanos, por lo que su ausencia o falta de implementación genera un factor de riesgo en la presencia de enfermedades. Por su parte, el cambio de uso de suelo provoca el aumento del contacto entre especies domésticas y silvestres, facilitando su exposición a virus con los que típicamente no se relacionan. En ocasiones, estos virus que saltan de animales silvestres a domésticos también pueden saltar a humanos, representando una situación de riesgo también para nosotros. El escenario dos se plantea cómo podemos disminuir la transmisión de los coronavirus, implementando y mejorando medidas de bioseguridad y protegiendo el medio ambiente.

Coronavirus en Animales de Laboratorio
Odiados por muchos y amados por pocos, los roedores, en especial la subfamilia Murinae (ratas y ratones), han sido grandes aliados en todo tipo de investigaciones, y el estudio de los coronavirus no es la excepción. Tan solo en los últimos 30 años un betacoronavirus llamado coronavirus murino, (MHV, por sus siglas en inglés), antes llamado virus de la hepatitis del ratón, ha sido el principal modelo para estudiar la replicación y patogénesis de los CoVs. Estudiando este virus se descubrieron y describieron por primera vez aspectos clave de las interacciones de los CoVs con las células de sus hospederos, cómo los mecanismos de entrada a la célula, y la síntesis de nuevas partículas virales. Cabe mencionar que, tras años de investigación, el MHV es una colección de cepas que actualmente proporcionan sistemas modelo para el estudio de diversos temas de importancia biomédica, como el tropismo viral (la afinidad que un virus tiene hacia un tejido específico) y la patogénesis (origen y evolución de una enfermedad) en varios sistemas y órganos. Las cepas neurotrópicas (afines a tejido nervioso) de MHV inducen encefalitis aguda y enfermedades desmielinizantes crónicas, sirviendo como uno de los pocos modelos de ratón reconocidos para el estudio de la esclerosis múltiple. Las cepas hepatotrópicas (afines a las células del hígado) proporcionan uno de los pocos modelos de animales pequeños para la hepatitis viral, y la cepa neumotrópica (afín al tejido pulmonar) la cual induce neumonitis grave, ha servido como modelo de estudio de otros betacoronavirus como el SARS, pues es capaz de reproducir su patología. Actualmente estudios en la patogénesis del SARS-CoV-2 basan sus hipótesis en los modelos basados en este virus, y sin duda seguirá generando más aportaciones a la ciencia en pro de la salud.
Coronavirus en animales de zoológico
Los zoológicos van más allá de crear una conciencia ambiental; a veces también se vuelven ventanas accidentales para investigar a patógenos en ambientes controlados, que serían muy difíciles de estudiar en las contrapartes silvestres. Aunque estas condiciones ofrecen ventajas de estudio, debemos de tomar en cuenta que la emergencia de enfermedades requiere de la existencia de distintos factores (presencia del patógeno, virulencia, patogenicidad, modo de transmisión, contacto, entre otros), los cuales pueden ser muy distintos en cautiverio respecto a la vida silvestre en libertad.
Los CoVs con mayor importancia para los zoológicos, y que también afectan a animales silvestres, son los asociados a los felinos: la peritonitis infecciosa que, afecta a guepardos, y las infecciones entéricas por coronavirus bovino que afectan a rumiantes silvestres (como la jirafa, el venado cola blanca y el antílope acuático). Con relación al nuevo coronavirus SARS-CoV-2, el cinco de abril del 2020 un tigre malayo, dos tigres de Amur y tres leones africanos del Zoológico del Bronx en Nueva York, se detectaron como positivos tras la búsqueda del virus mediante análisis moleculares (RT-PCR), que se realizaron al notar que presentaban signos respiratorios leves con tos seca. Esta prueba es altamente específica, por lo cual pudo aseverarse que el virus que afectaba a estos felinos de zoológico era efectivamente el SARS-COV-2. Al desconocerse cómo se desarrolla la enfermedad en grandes felinos, y el hecho de que los resultados obtenidos en el zoológico del Bronx indicaron una transmisión humano-félido silvestre, aumentó la preocupación mundial para tomar medidas y evitar que otros animales en zoológicos se pudieran infectar. Por ello, tras la noticia de los casos positivos en el zoológico del Bronx, en otras partes del mundo, como por ejemplo en India, se comenzaron a tomar medidas precautorias para asegurar la salud de las poblaciones de tigres en cautiverio. Por otra parte, en Holanda, en cuatro grajas de visones europeos (Mustela lutreola) se encontraron casos positivos a SARS-CoV, afectando la salud de los visones de manera leve hasta severa,por lo que el gobierno holandés pidió a las granjas un monitoreo tanto de los visones como del resto de los animales que estén presentes en dichas granjas, entre ellos gatos y perros.
Las aportaciones de la Medicina Veterinaria en la lucha contra la COVID-19
La historia nos ayuda a comprender sucesos, aprender de ellos y saber que hacer “para la próxima”. Si bien la pandemia por COVID-19 es algo sin precedentes para nuestra generación, los sucesos ocurridos con otros coronavirus en poblaciones de animales domésticos aportan información sumamente valiosa que nos puede guiar sobre cómo y hacia dónde dirigirnos.
El MHV nos demostró que, por muy letal que sea una enfermedad, con apoyo de la ciencia y la investigación, puede llegar a entenderse y servir de apoyo para el estudio de otras enfermedades. La IB en las aves y DEP en cerdos pusieron sobre la mesa la importancia de las medidas de bioseguridad y los cercos sanitarios, ¿suena familiar? es porque el lavado de manos y el aislamiento social, medidas implementadas para el brote de COVID-19, tienen los mismos objetivos: limitar la transmisión. Los casos de ECoV en caballos del 2000 y el repunte de esta enfermedad en 2010 nos recuerdan las consecuencias de bajar la guardia, pues nunca se es demasiado cuidadoso cuando de enfermedades se trata. Por ello, mantener las medidas básicas de higiene y bioseguridad en cualquier ámbito (animal o humano) resulta vital. La importancia de estas medidas también se manifiesta con el BCoV, a quien le reservamos un lugar especial ya que se trata de una enfermedad que no solo se afecta bovinos, sino que también afecta a rumiantes silvestres y además es zoonótica (es decir, que puede transmitirse de animales afectados a humanos). Esta en particular es una enfermedad de la que pudimos haber aprendido más, pues es el vivo ejemplo de cómo un virus puede afectar animales domésticos, silvestres y a humanos, poniendo en riesgo la seguridad alimentaria, los ecosistemas, la salud pública y la economía, historia que hoy se repite con el SARS-CoV-2.

Lamentablemente, a pesar de los hechos que nos preceden, estamos inmersos en un sistema donde, erróneamente, las metodologías de investigación tienen un enfoque individual, uni-causal y selectiva. Aquellos que se desenvuelven en un objeto de investigación A, podrán conocer a otro equipo con un objeto de investigación B; sin embargo, la retroalimentación entre ellos no es común. Estamos “acostumbrados” a que la investigación científica se desarrolle de esta manera, cuando la mayoría de los temas, pero especialmente aquellos de salud pública, resulta vital abordarlos desde una óptica integral en la cual varias disciplinas puedan aportar su conocimiento en busca de una resolución eficaz y eficiente. La integración de disciplinas va más allá de la integración de la medicina humana con la medicina veterinaria: requiere incluir geólogos, biólogos, ecólogos, agrónomos, matemáticos, antropólogos, etcétera. La salud pública es un tema que también abarca la deforestación y fragmentación de los hábitats, que además de tener implicaciones en la emergencia y reemergencia de patógenos, también implica pérdida de la biodiversidad, es decir, la pérdida de especies que cumplen funciones específicas -como el amortiguamiento de las propias enfermedades-, entre otras afectaciones como la pérdida de recursos y un sinnúmero de implicaciones negativas que podrían aminorarse si la investigación científica se desarrollara de manera multi y transdisciplinaria, y se incorporara a la política pública y el desarrollo económico.
Un tema en el que no se ha hecho el suficiente énfasis es la importancia del cuidado de nuestros ecosistemas. El cambio de uso de suelo al transformar zonas conservadas en zonas por ejemplo, ganaderas, aumenta la tasa de contacto entre los animales silvestres, domésticos y los humanos, lo que aumenta el riesgo de saltos taxonómicos de enfermedades entre diferentes especies.
Como éste, existen muchos otros ejemplos que ponen de manifiesto la importancia de estudiar los problemas actuales bajo una misma perspectiva, bajo la mirada de “Una Salud”, pues las decisiones tomadas en un ámbito repercuten en otro. La deforestación progresiva y la antropización de ambientes naturales han comprometido en gran medida algunos nichos ecológicos donde los CoVs de vida silvestre (y otras enfermedades) generalmente están confinados. En este mundo del que todos somos parte, la salud humana y la sanidad animal son interdependientes y están vinculadas al funcionamiento adecuado de los ecosistemas en los cuales coexisten. Este tema lo desarrollaremos a mayor detalle en la próxima entrega del blog.
¿Eres veterinario? te recomendamos esta infografía de la OIE sobre cómo tu profesión se vincula con el concepto “Una Salud”.
Agradecemos al equipo editorial del blog del Laboratorio de Ecología de Enfermedades y Una Salud, en especial al Dr. Rafael Ojeda, a Paulina Pontifes, a María del Carmen Villalobos y a Paola Martínez Duque por su apoyo en la edición del texto y la revisión de fuentes.
Todas las fuentes consultadas para esta entrada:
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Las aportaciones de la MV contra COVID-19
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- OIE “Una sola salud en breve” https://www.oie.int/es/para-los-periodistas/una-sola-salud/
Muy buena información.
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